Salmos 130:5-7
Espero en el SEÑOR; en El espera mi alma, Y en Su palabra tengo mi esperanza.
Mi alma espera al Señor Más que los centinelas a la mañana; Sí, más que los centinelas a la mañana.
Oh Israel, espera en el SEÑOR, Porque en el SEÑOR hay misericordia, Y en El hay abundante redención.
Romanos 8:24-25
Porque en esperanza hemos sido salvados, pero la esperanza que se ve no es esperanza, pues, ¿por qué esperar lo que uno ve?
Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia (perseverancia) lo aguardamos.
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento describen nuestra existencia en
relación a Dios como una relación de espera. En el salmista hay una espera
ansiosa; en el apóstol hay una espera paciente. Esperar significa no tener y
tener al mismo tiempo. Porque no tenemos lo que esperamos; o, como dice el apóstol,
si tenemos esperanza en lo que no tenemos, entonces esperamos aquello. La
condición de la relación del hombre con Dios es primero que todo una de no tener, no ver, no saber, y no alcanzar.
Una religión en la que eso se olvida, no importando cuan estática o activa o
razonable sea, remplaza a Dios por su propia creación de una imagen de Dios.

Por lo tanto, ya que Dios está infinitamente escondido, es libre, e incalculable,
debemos esperar por Él de la forma más absoluta y radical. Él es Dios para
nosotros sólo en la medida en que no lo poseemos. El salmista dice que todo su
ser espera al Señor, indicando que esperar a Dios no es meramente una parte de
nuestra relación con Dios, sino que la condición de esa relación como un todo.
Tenemos a Dios a pesar de no tenerlo.
Pero, aunque esperar no sea tener, también es tener. El hecho de que
esperamos por algo muestra que de alguna manera ya lo poseemos. Esperar
anticipa aquello que no es real todavía. Si esperamos en esperanza y paciencia,
el poder de aquello por lo que esperamos ya tiene efecto dentro de nosotros.
Aquel que espera de forma definitiva no está lejos de aquello por lo que
espera. El que espera en absoluta seriedad está ya alcanzado por aquello por lo
que espera. El que espera en paciencia ya ha recibido el poder de aquello por
lo que espera. El que espera apasionadamente ya es él mismo un poder activo, el
poder más grande de transformación en la vida personal e histórica. Somos más
fuertes cuando esperamos que cuando poseemos. Cuando poseemos a Dios, lo
reducimos a esa pequeña parte que conocimos y alcanzamos de Él; y lo hacemos un
ídolo. Sólo en la adoración de ídolo puede
uno creer en la posesión de Dios. Hay mucho de esta idolatría entre los Cristianos.
Pero si sabemos que no lo conocemos, y si esperamos por Él para que Él mismo
se nos revele, entonces ahí realmente sabemos algo de Él, luego somos
alcanzados y conocidos y poseídos por Él. Entonces es ahí que somos creyentes
en nuestra incredulidad, y que somos aceptados por Él a pesar de nuestra separación
de Él.
No olvidemos, sin embargo, que esperar es una tremenda tensión. Se opone a
toda complacencia de no tener nada, indiferencia o contentamiento cínico hacia
aquellos que tienen algo, y la indulgencia en la duda y la desolación. No
hagamos que nuestro orgullo de no poseer nada sea una nueva posesión. Esa es
una de las grandes tentaciones de nuestro tiempo, porque hay algunas cosas que
quedan que las podemos reclamar como posesiones. Y caemos en la misma tentación
cuando nos jactamos, en nuestro intento de poseer a Dios, de que no lo
poseemos. La respuesta divina para tal intento es un vacío total. Esperar no es
desolación es la aceptación de no tener, en el poder de aquello que ya tenemos.

- Paul Tillich
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